Leyenda y Sadako

LEYENDA DE LAS "MIL GRULLAS":En Japón hay un monumento a la Paz de los Niños, conocido también como la Torre de las Mil Grullas, ya que miles de estas aves plegadas en papel son ofrecidas allí a lo largo del año.
El origen de este monumento se remonta a octubre de 1955, diez años después de finalizada la guerra. En el Hospital de Hiroshima, una niña murió a causa de las secuelas de la Bomba Atómica. Antes de morir plegaba grullas de papel esperanzada de recuperarse, ya que una antigua creencia asegura larga vida y felicidad a quien haga mil de estas aves.
La muerte de la joven causó una fuerte impresión en sus compañeros que, tomando conciencia del horror de la bomba, decidieron levantar un monumento para confrontar el alma de su amiga y expresar sus deseos por la Paz. Dos años después, en el Día del Niño, el monumento fue inaugurado. En su cima la estatua de una niña, con los brazos extendidos hacia el cielo y sosteniendo una grulla de oro, que simboliza la esperanza por un mundo mejor.
En la base, grabada en granito, se lee: "Este es nuestro lamento, esta es nuestra plegaria para construir la Paz en el Mundo".


LAS GRULLAS DE HIROSHIMA

Primavera en Japón. Hasta el aire se ha puesto rosa. ¿Pero cómo, aquí también hay cerezos? Corren mansas las aguas del Motoyasugawa, apenas rozan los embarcaderos. En los altos edificios espejados se azulan las sombras de los cuervos. lLa gente se pasea en el domingo. Llevan Kimonos de seda las mujeres, con obis iluminados en las cinturas. Seguramente van a un casamiento.

Por el puente Heiwa cruzan siete niños. Van tarareando la canción de moda. Al entrar en el Parque, se callan. Dejan atrás el Museo, la gran urna con cenizas. De mano en mano ondula la guirnalda de origami. Lo llevan al Monumento de los niños en donde la figura tres veces repetida de una niña juega entre láminas curvas de granito.
Más arriba, en la cúspide, la misma niña de bronce sostiene con las manos extendidas una grulla grande en pleno vuelo. Ahora los niños depositan con cuidado la guirnalda. Pajaritos de papel; pequeñas grullas que se suman al desborde de miles de grullas de otros niños que no olvidan lo que les contaron. El nombre de la niña era Sadako: Triste emblema de los niños de la bomba. Es el Parque de la Paz. Casi cincuenta años después, es Hiroshima. Próspera, calma y florecida; es Hiroshima en primavera.

La señora Sasaki vio a Sadako atravesar el jardincito de piedras y sonrió, adivinando.

-¡Me eligieron para correr la Maratón! - gritó Sadako.

Un remolino de hurras, reverencias y preguntas envolvió a la familia hasta que el olor a quemado de la sopa de mijo llamó al orden. El señor Sasaki se dirigió al altar seguido de su mujer y sus hijos. La oración comenzó como en todo hogar japonés; que los espíritus de los antepasados descansen en paz. Pero hacía nueve años que la gente de Hiroshima agregaba al rezo tradicional otro deseo: que la enfermedad de la bomba no alcance a mi familia.

El día de la prueba Sadako corrió mejor que nunca. Ahora sí que la pondrían en el equipo de los "grandes" cuando entrara en la secundaria. Todo era tan perfecto aquella tarde que el mareo la sorprendió como un insulto inmerecido.
Era la primera vez que se mareaba.

Durante el invierno Sadako se entrenó y con cada esfuerzo volvía la extraña sensación. Chizuco no dejó de notarlo.

-¡Si vas a andar con secretos con tu mejor amiga...! - protestó ofendida ante el silencio de Sadako. Si no lo digo, no existe, pensaba su amiga. y cuando las campanas de Año Nuevo resonaron alejando a los espíritus malos, Sadako juntó las manos en cada santuario y pidió sin pedir, callando lo innombrable. La señora Sasali estrenaba un Kimono de seda azul.

- Apenas podamos, te compraremos un Kimono. Pronto, cuando cumplas los doce.

Semanas después, en el Hospital de la Cruz Roja, la señora Sasaki lloró recordando esas palabras. El diagnóstico fue rápido: ¡Leucemia! ¡No puede ser! ¡Si era tan chiquitita, si estaba tan lejos!

Por un tiempo, Sadako consiguió creer en las mentiras que le dijeron. Pero un día metió la cabeza en las almohadas y se negó a comer. llamaron a Chizuco.

-¡Ahora sí vas a curarte! - aseguró la niña, agitando una gran hoja de papel dorado. Sadako salió de su escondite y la miró doblar una y otra vez la hoja.

-¿Pero cómo va a curarme una grulla de papel?

-¿Acaso una grulla no vive mil años? ¿No sabías que si un enfermo hace mil grullas, los dioses le devuelven la salud? ¡aquí va la primera!

La grulla dorada planeó sobre Sadako reflejando el haz de luz que entraba por la ventana.

Chizuco enseñó a Sadako el no tan sencillos arte del origami. Esa misma tarde diez grullas hacían compañía a la primera. A partir de entonces la gente que conocía a Sadako guardó todo papel imaginable y lo llevó al hospital. Del cielorraso pendían decenas y decenas de grullas que Sadako tenía bien contadas. Ahora el nombre de la enfermedad era posible. Trescientas treinta y cinco. Alguna gente se cura. Trescientas treinta y seis. ¿Adónde se llevaron al chico de la cama de al lado? ¿Por qué quedó vacía su cama? Cuatrocientas.

Para los festivales de Bon Matsuri, junto con las almas que visitan a los vivos, Sadako pudo ir a su casa. claro, había llegado a la mitad, quinientas grullas.
Estaba mejor, estaba en casa. Pero muy pronto se sintió tan mal que se dejó llevar al hospital sin una queja. Quinientas tres. Los días de transfusión apenas si podía doblar una.

Mientras Sadako se esforzaba con sus papeles, la señora Sasaki cosía en su casa un pequeño Kimono de seda. Pero una tarde los cuervos graznaron de manera extraña y la señora Sasaki supo que el Kimono debía darse por terminado.

-¡Parece una princesa! - festejó Chizuco cuando entre todos vistieron a Sadako.

-Estoy cansada. - murmuró Sadako.

-Ya te pondrás bien. - dijo automáticamente el señor Sasaki.

-Sí, y correré con el viento... si sólo pudiera seguir con las grullas...

Chizuco abrió la caja de papeles. Buscó el pedazo más grande y lo puso entre las manos de su amiga. Por primera vez, Sadako se dejó ayudar con los dobleces.

-Seiscientas cuarenta y cuatro... suspiró, queriendo sonreir.

Chizuco retiró la última grulla de las manos dormidas. Esa misma tarde los compañeros de Sadako doblaron las trescientas cincuenta y seis grullas faltantes para despedir a la amiga. Era el mes de octubre, de 1955.

Alguien hace sonar la campana de la Paz del Parque. Siete cabezas oscuras y lacias se levantan de la reverencia. Retroceden. Se alejan hacia el puente sorteando los canteros de repollos lilas. En las vastas extensiones de mosaicos crece, silvestre, una flor o una brizna de hierba. Así crece desde entonces, desafiando la predicción de tierra yerma por setenta años, invitando a los sobrevivientes a sembrar cenizas.

Y luego, un día, se plantan los cerezos. Así, sin que sea útil, sólo para que los aniden las palomas. Sólo para que el aire se vuelva en primavera como ellos, color rosa.